Natalia Lazarte no eligió ser quien es, como nadie en este mundo, pero sí eligió aceptarse y hacerse cargo de su pasión deportiva así en la cancha como en Tribunales. “Soy sólo una chica trans”, define vestida con la indumentaria reglamentaria de su club, Sitravi Tucumán TK: pollera negra y casaca colorida. Habla con voz suave y lenta, seleccionando las palabras con delicadeza en un banco improvisado a orillas del campo. Cuando menciona la palabra mágica, “hockey”, una sonrisa la ilumina.
La vecina de Tafí de Viejo de 29 años hace las cuentas y dice que empezó a jugar a los 13: para esa época ya sabía que había nacido con cuerpo de hombre, pero que era mujer. Se corrige: practica y se entrena, porque sólo una temporada -la de 2012- pudo jugar como juega cualquier otra jugadora de la Asociación Tucumana de Hockey. Ese año cambió la vida de Lazarte: la sanción de la ley de Identidad de Género le permitió plasmar su transformación física -también- en los papeles. “Fui de las primeras en pedir el cambio en Tucumán”, informa orgullosamente. Con su nuevo DNI, el DNI que la identifica por fin, la taficeña pudo entrar a la cancha como una más. Pero la ilusión duró poco. En 2014, cuando quiso renovar la ficha, chocó contra el silencio de la Asociación. Dice que ella mandaba notas y preguntaba porque quería ir por las buenas, pero le daban largas, nunca una respuesta formal. Dice que la ausencia de palabras la deprimió. Que incluso abandonó los entrenamientos durante un año porque pensó que no podría vencer a los rivales más temidos: la discriminación y el rechazo.
Esos meses amargos sin hockey concluyeron cuando un amigo le sugirió que intentara entrar en la liga del interior, que recibía a las transgénero. Lazarte confirma que así fue. Que se integró nada más llegar, que nadie la cuestionó y que incluso la llamaron para arbitrar. Pero pronto su club decidió ingresar a la Asociación. Los directivos le explicaron que la incorporación era necesaria para el crecimiento institucional y la instaron a luchar contra la desestimación tácita de su afiliación. Entonces Lazarte se decidió a buscar un abogado (Claudio Núñez de la Rosa) y a litigar. Dice que para entonces ya había asumido la función de abrir un camino de acceso al deporte que, según su percepción y experiencia, todavía permanece bastante cerrado para el colectivo trans. En febrero, la determinación de jugar en la categoría femenina dio su primer fruto: el juez civil y comercial N°4 de la capital, José Dantur, dictó una sentencia pionera en la provincia y ordenó a la Asociación que abriera sus puertas a Lazarte (los detalles y fundamentos del caso se informan por separado). El fallo fue apelado, pero la victoria luce irreversible. Un mes después de que Dantur diese la razón a la taficeña, la Confederación Argentina de Hockey anunció, como consecuencia de la batalla dada por la jugadora trans chubutense Jéssica Millamán, la admisión de “aquellas personas que cambien el sexo masculino por el femenino” que cumplan con las condiciones fijadas por el Comité Olímpico Internacional. Entre ellas, que la atleta exhiba un nivel de testosterona total en suero menor a los 10 nanomoles por litro (nmol/L) durante al menos un año antes de la primera competencia.
Cuerpo y mente
Más allá de la “transfobia” está el argumento de la potencia física y de la ventaja-desventaja que esta entraña para la competencia deportiva. Lazarte aborda esta objeción sin necesidad de ser consultada al respecto: para ella la contextura masculina no implica necesariamente pegar con más fuerza que una mujer, ni mayor resistencia atlética. Y comenta que, en algunas situaciones, para evitar quejas y controversias, las trans son desplazadas de la posición delantera (goleadora por excelencia), y van al arco, o juegan como defensoras y centrales. “Pero creo que en un deporte de equipo un solo integrante, sea chico o chica, no puede ganar el partido. A mí, por ejemplo, las jugadoras ‘A’ me pasan por encima físicamente y conozco muchas mujeres que golpean la bocha como yo nunca podría hacerlo. Yo juego con la cabeza más que con el cuerpo: mi habilidad está ahí. Aunque también es cierto que hay que ver las particularidades de cada caso”, opina cautelosa. Eso sí, desliza que la cuestión del físico suele ser la fachada “políticamente correcta” que encubre el prejuicio hacia las minorías sexuales, que es el fundamento auténtico de la resistencia.
En el mismo vestuario
Lazarte terminó la primaria y dejó de estudiar, y hoy le cuesta retomar porque los horarios coinciden con los entrenamientos. Octava hija de un hogar humilde, dice que las necesidades económicas, sumadas a una condición sexual difícil de exponer en sociedad, la llevaron a abandonar la escuela. En el presente trabaja como empleada doméstica y asegura que agradece esa oportunidad porque el colectivo trans sufre lo indecible para conseguir un empleo digno.
“Una debe lidiar con las miradas acusadoras, los murmullos y las habladurías, por eso muchas transexuales terminan autoexcluyéndose o marginándose a sí mismas. A mí no me sucedió porque mi familia me apoyó desde el principio”, explica.
A los 11 años comenzó a vestirse de mujer. Su madre le preguntó qué pasaba, ella dice que le dijo la verdad. “Y eso fue todo”, resume Lazarte. Mucho más difícil fue salir a la calle. La jugadora de hockey recuerda que solía ponerse ropa de hombre y que, en el baño del boliche, se transformaba. Repetía la operación, pero a la inversa, para regresar a Tafí. Ello sucedió hasta que se animó a dejar de simular. Entonces la transexualidad todavía era un tabú, una realidad tanto o más tapada y estigmatizada que la homosexualidad. Lazarte asegura que la sociedad está más abierta a tolerar las diferencias y que ella es optimista. También dice que las prevenciones hacia su persona ceden cuando le dan la posibilidad de conocerla.
El hockey sin duda la ayudó a olvidarse del cambio de sexo. Lazarte manifiesta que sus compañeras la aceptaron naturalmente, que comparten el vestuario, y que ella se viste y desviste con la mayor comodidad. También la ayudan su personalidad y cómo se toma las hostilidades: dice que sólo una vez la atacaron en la cancha y que ella optó por apartarse, por no responder a la agresión.
Lazarte piensa en el futuro y se imagina jugando al hockey hasta que las piernas no le den más. También se imagina con una familia e hijos propios: mientras tanto, “se entrena” con más de 30 sobrinos. Confiesa que formó varias parejas en todos estos años. Rápida de reflejos, añade que confía en que la tenacidad con la que se entrega al deporte y enfrenta las adversidades también le permitirá ganar el partido del afecto.
Un fallo a favor de la igualdadEn síntesis.- Natalia Gabriela Lazarte presentó una acción de amparo contra la Asociación Tucumana Amateur de Hockey de Césped y Pista en 2016. La demandante trans dijo que la entidad le había negado tácitamente el derecho a jugar hockey femenino. La Asociación presidida por Rafael Pirlo contestó que la jugadora no se adecuaba al reglamento. El 14 de febrero de 2017, el juez José Dantur (N°4) ordenó a la institución que afilie a Lazarte. El fallo fue apelado.
Fundamentos.- Dantur expresó que la práctica de deportes es un derecho humano, y que no era posible ignorar los prejuicios existentes respecto de las minorías sexuales cuyos antecedentes históricos universales incluyen terribles consecuencias genocidas así como actuales persecuciones. El juez dijo que el proceder de la entidad demandada era discriminatorio y lesivo del derecho a la igualdad: “correspondía que la Asociación informara a la señorita Lazarte el motivo del rechazo de la afiliación, más aún cuando esta le requirió -en reiteradas oportunidades- los argumentos de la negativa y nunca le fueron dados”.